Si África fuese capitalista se acabarían sus problemas

Ocurre algunas veces que los análisis profundamente erróneos sobre nuestra realidad ocultan una minúscula parte de verdad. Una verdad brutal e inconveniente que si se hiciese explícita sería inmediatemente repudiada, pero que es en el fondo la base de ese análisis equívoco.

Hay muchos ejemplos, pero hoy me voy a centrar en uno muy típico: el problema de los países pobres, o de continentes enteros, es que no han abrazado el capitalismo. Si África, o el Sudeste Asiático, o América Latina, o incluso países como España o ciudades como Detroit, se reformasen e implementasen un capitalismo de libre mercado auténtico y eficaz, otro gallo cantaría. Que abandonen de una vez por todas sus sentimentalismos progresistas y que apuesten por la mano invisible del mercado. Los ejemplos de su capacidad infinita para crear riqueza y prosperidad están a la vista de todos: los EEUU y Nueva York, el Reino Unido y la City de Londres, los tigres asiáticos que sobrepasan a sus hermanos pequeños comunistas, etc. ¿Por qué no imitarles? ¿Por qué empeñarse en la pobreza y la miseria cuando la riqueza nos espera a la vuelta de la esquina si apostamos por el capitalismo?

La razón de que este análisis sea falaz no es excesivamente complicada de entender. África, la inmensa mayoría de Asia, América Latina, etc, son parte indivisible e imprescindible del capitalismo. Y cuando digo imprescindible quiero decir exactamente eso: el capitalismo les necesita como nosotros necesitamos el aire para vivir. Se nutre de sus recursos y materias primas a precios de saldo. Utiliza su mano de obra abundante y disciplinada para manufacturar, ya hoy en día, la mayoría de las mercancias que consumimos todos. Muchas veces pagándoles unos sueldos por debajo, literalmente, de lo que un ser humano necesita para sobrevivir. Privatiza todos sus servicios a través de “planes de reestructuración” amablamente sugeridos por la OMC o el Banco Mundial para garantizar la existencia de mercados rentables para el capital. No es un accidente que se acumule en las capitales imperiales la riqueza mientras esas enormes zonas persisten en su subdesarrollo: es la materialización perfecta de la lógica aplastante del capitalismo a nivel mundial.

La falacia, para ser precisos, consiste en igualar “el capitalismo” con la mitad de la foto que nos conviene. Capitalismo son los rascacielos de Nueva York, pero no las chabolas de Calcuta. Capitalismo son nuestras pacíficas elecciones democráticas, pero no los brutales dictadores a sueldo de la CIA. Capitalismo es “el fin del trabajo” y la “economía de la información”, no las jornadas de trabajo de 14 horas diarias, en condiciones inhumanas, fabricando televisores u ositos de peluche. El capitalismo es prosperidad, no pobreza, y si lo definimos así, de forma axiomática, entonces no puede ser capitalismo aquello que es pobre y desagradable. Es ésta una lógica impermeable a los hechos, hasta tal punto que si Detroit entra en quiebra técnica y su población vive en la miseria entonces allí no puede haber capitalismo. La culpa será de sus políticas socialistas, de la bolchevizada General Motors con sus sindicatos totalitarios. Sí, es posible que Detroit exista en el corazón del país más capitalista del mundo, pero la realidad no puede estropearnos un análisis tan perfecto. Igual que la esencia del Sacro Imperio Romano, que vivía en la persona del Emperador al ser éste un Imperio relativamente etéreo, la esencia del capitalismo vive en los focos de riqueza que existan en el mundo. Aunque se vean reducidos a un barrio, a un capitalista, a una sola cuenta de un banco en Suiza mientras el resto del mundo yace en ruinas. Si no dejas que la historia te toque no puedes perder nunca.

Ésta es la falacia, entonces, pero ¿cuál es la verdad incómoda que oculta? La verdad es que, en un sentido histórico, es probablemente cierto que un desarrollo capitalista real podría sacar a África de su pobreza. ¿Qué es un desarrollo capitalista real? No hace falta especular, sólo hay que abrir un libro de Historia y ver qué hicieron las “grandes potencias capitalistas” para llegar a donde están. Si lo hacemos podemos mostrar a los liberales cómo llegó a existir el capitalismo real, y qué haría falta para que los países pobres pudiesen alcanzar el sueño dorado. Escribamos, brevemente, una hoja de ruta para llevar a África a la prosperidad.

Empecemos desposeyendo a la inmensa mayoría de la población de cualquier modo de supervivencia que no sea vender su fuerza de trabajo a un grupo de gente relativemente pequeño, que han llegado a controlar la riqueza del país principalmente a través del expolio y la violencia. Seguramente tengamos que destruir, a la fuerza, modos de vida ancestrales y echar a patadas a la gente de sus tierras, una especie de “reforma agraria” invertida. Da igual, nos espera la prosperidad al final del camino. Hecho esto, comencemos a desarrollar nuestra industria con esa mano de obra barata, devastando nuestro propio país y, si se dejan, los países vecinos. Es aquí importante que los países imperialistas, si existen, nos dejen en paz. Podemos pedir una moratoria de 100 años o algo así, y promover unas leyes aduaneras agresivas. El libre mercado está muy bien, pero cuando nos conviene. Llegará un momento, seguro, en el que nuestra industria produzca más de lo que podamos consumir, o en el que se nos acaben los recursos naturales. Tenemos entonces que empezar a expandirnos seriamente. Usemos nuestra tecnología y nuestra racionalidad capitalista para conquistar a otros pueblos. Al principio puede que nos falten justificaciones para hacerlo, pero seguro que se nos ocurre algo sobre su raza, que será inferior, o sobre su religión. O quizá sean una amenaza para nosotros, aunque tengamos cañones y ellos arcos y flechas.

Pasan las décadas, y estas nuevas colonias forman ya parte de nuestro “Imperio”. Traficar con sus habitantes como esclavos, destruir su incipiente industria, robarles sus recursos naturales y venderles nuestras mercancias a punta de pistola, es todo aceptable, a fin de cuentas estamos tratando de prosperar. Debemos abrir ahora nuestras aduanas, y obligar a otros a hacer lo mismo. Ya las cerraremos de nuevo si a las colonias, o ex-colonias, se les ocurre tratar de competir mínimamente con nosotros. Pasado más tiempo quizá también se agote este modelo. Comenzarán las guerras entre Imperios por el control de las rentables colonias, comenzará a perder sentido lo que llevamos haciendo siglos. Recojamos entonces las ganancias, demos una independencia en el papel a esos pobres diablos, y comencemos una política de dominación económica gracias a nuestras poderosas empresas y ejércitos. Un entramado, el de esas empresas y ejércitos, tan sofisticado y poderoso que sólo podría haber sido edificado sobre siglos de acumulación constante de la riqueza de todo el planeta. Ahora mandamos nosotros, en casa y en el extranjero. Y si alguien se sale de lo establecido, de lo que nos beneficie, quizá nos demos cuenta de que es comunista. O terrorista. O un malvado dictador. O todas a la vez, ¿qué diferencia hay? Será la era de las guerras humanitarias, del imperialismo del tomahawk por el bien de los oprimidos.

Llegamos así al final de nuestra breve hoja de ruta. Han pasado siglos, nosotros somos ricos y ellos pobres. Nuestro plan ha funcionado. África es próspera y Europa vive en la perpetua miseria. Sus dirigentes son corruptos y sus trabajadores vagos. No levantan cabeza. ¿Será quizás su clima templado? ¿Su bárbara religión cristiana? ¿Su cultura irracional y primitiva? Quién sabe. La decisión de ser ricos, en todo caso, es suya. Sólo tienen que volverse capitalistas.

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